la tapa

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viernes


Índice

    (Primera parte. Ciertos individuos)

Empieza el baile
Ailia
Un viaje en metro
Fa sostenido Mayor
Rodando
Con tacto
Saltimbanqui
Alta costura
La reunión
Gato mojado

(Segunda parte. Individuos ciertos)

Danzad malditos
Un ciclista salta por los aires
Todo a su medida
Filmando
En los billares
                                      Vapor violeta alegría
                                     Amnesia de carmstrunil

(Primera parte. Cont.)

El resplandor de la lectura
Tormenta de lluvia soleada
Sax sex six
El negocio de Bak
Un silencio que contenía todas las palabras
Una sesión de cine
Huída hacia el vapor

            
                       (Otra parte. Ciertos individuos ciertos)

Cambio de píldoras
Transporte requisado
La batalla florida
Proyecciones
Tic tac

***



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bares con olor de humo


(Extractos del diario de Bamboleo Leobambo)


I

“Los seres son un punto, uno diminuto en la inmensidad
que podemos suponer pero no abarcar.
Pura química volátil y azul”. (WW Heisenberg)



La idea del relato había sobrevenido en largas noches 
difuminadas en tugurios de mala muerte donde la música sonaba alta y el ruido  era apenas un fondo sin forma pero con mucho colorido.
La clientela y el personal de detrás de la barra se comunicaban a gritos inaudibles  que los gestos y miradas traducían en güisquis, cervezas y combinados varios  para paliar la sed, que no era de agua. 
Sin futuro y sin esperanza esas noches se convertían en amaneceres que nos dejaban sin cara ante el espejo que no queríamos mirar. 
Algo había que escribir, algo para olvidar el terrible desespero y la apatía de una vida perdida a la sombra de un dominio asfixiante, corrupto y mentiroso que se extendía por el planeta sin apenas fisuras. 


Contarlo tal cual
habría sido otra crónica periodística, ya había
demasiadas, o en el peor de los caso un mal
panfleto. 
Así es que me acordé del viejo Boris, del irreverente Vernon, 
el trompetista, el inventor,
el poeta, el genio narrador que se adelantó
a los Stones y murió joven para tener un cadáver 
agradable, y cabalgué en su espuma de los días, 
ese estilo fluido en el que cualquier cosa es
posible, para contarlo y no morir de asco entre
tantas baladas de borregos clónicos y desatinos
de malnacidos sin corazón. 
Porque nada es tan sólido cómo nos contamos, 
pura agua entre los
dedos, aunque pensemos que son callejones y
en la calle todo es guerra… que canta Rosendo Mercado.


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martes

Cur (bso) un tema de RaSan Unkwn








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Ailia





CAP. II  

    Un hermoso cielo gris cubría la ciudad, que descansaba así de la insistencia del azul claro de los días anteriores, mientras  una fina lluvia fría con olor dulzón empezaba a desprenderse de la panza grisácea. Pero Ailia, desde su sótano, estaba al margen de estos cambios de colores. Y allí siguió, al margen, apilando las cuartillas que la fotocopiadora vomitaba sin parar. Con un cigarrillo en la oreja y un bonito vestido rojo que su bata color del cielo de esa tarde apenas dejaba asomar por los puños y el esbelto cuello, con sus zapatos de charol negro y tacón de alfiler en el armario y sus zuecos suecos en los pies.
Había tirado el primer diezmillar de cuartillas impresas cuando llegó Cur: una amplia bisonrisa iluminó sus rostros. Se contaron cosas y al cabo de un rato, mediano, salieron a la calle donde el cielo mostraba ahora un amarillo azufrado que Ailia miró con ojos de otro tiempo y Cur no, ya que nunca separaba la vista de un complicado plano horizontal, con lo que conseguía cierta personalidad y una indiscutible fijación. Algo muy útil, por otra parte, para que sus fotografías no salieran movidas.

 Llegaron al centro tras un corto paseo y una vez allí caminaron algo más para alejarse hacia los laterales. Tras un breve intercambio de impresiones tomaron por una acera ondulada salpicada de puestos ambulantes. Zigzaguearon unos cuantos puestos más y al fin Cur compró un broche de carludio biselado que fotografió con su ojo izquierdo para el archivo futuro antes de colgarlo de su oreja, desnuda sin censura. Ailia se miró unos instantes en el broche y tras comprobar que su peinado se mantenía estable, se despidió de Cur y desapareció en una silenciosa planeadora oscura que se alejó tan rápido como se había hecho visible. Cur volvió sobre sus pasos, que al verse duplicados lloraron a moco tendido por haber perdido su cotización de piezas únicas. De uno de los puestos ambulantes escapaba la banda sonora de un sonido silencioso. 




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domingo

Fa sostenido Mayor


CAP. IV  


 Había un zapato en la azotea. Era un zapato negro, con una ligera bruma en los bordes, sin cordones, entreabierto un poco por detrás en la costura que lo unía. Un zapato con olor a otoño, arrastrando el tiempo en su forma, un poco rechoncho, humedecido; con un cierto sonido de saxo y un algo enfermizo. Algunos desperdicios se extendían también por el suelo de baldosa rojo-descolorido de la azotea, y sobre el fondo de la barandilla violeta y el cielo color de pasadomañana dos figuras dispares se recortaban en continua variación.
- ¿Irás a la reunión? preguntó Ailia.
- Allí estaré, contestó Tesol, estrechando su cintura y dejando un hasta pronto en el ambiente.
Buen tipo, se dijo Ailia, mientras miraba la figura de Tesol que se iba perdiendo cada vez más, empequeñeciéndose escalón tras escalón por la escalera de incendios. Encendió un cigarrillo y miró hacia arriba: Dos palomas hacían ejercicios de levitación a gran altura en protesta por los precios del oxigeno, un poco más lejos un Fa sostenido Mayor rematadamente borracho discutía con una nube muy henchida sobre la impureza del agua embotellada, al otro extremo de la azotea el zapato se quedó dormido.
 Ailia llamó al ascensor, pero este no subió a recogerla por fiesta familiar inesperada. En este punto se enfundó sus guantes, abrió la puerta y por la escalera central bajó los veinte pisos hasta el vestíbulo. 
Al verla aparecer, el ascensor totalmente encandilado, se acercó presuroso a ofrecer sus disculpas con un vaso en una puerta y un trozo de pastel en la otra, en sus cristales circulares había muchas palabras escritas en dialectos desconocidos. Ailia bebió de su vaso, comió de su pastel y puso la mano sobre sus hermosos botones trasparentes en señal de despedida. Salió a la calle y subiendo el cuello de su abrigo persa se alejó deslizándose suavemente sobre la capa de hielo recién depositado. La Familia de los Fa buscaba sin descanso al abuelo por las fachadas, las farolas, los falsetes, las fallebas; afanosa y fatigada, faullando por las esquinas.






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